Repertorio compuesto por cuatrocientas cuarenta y cuatro piezas musicales cuyo común denominador es la aflicción que su escucha abriga, con o sin torneo de excusa mediante, en las honduras neurálgicas del sentimiento donde florece encantado el desencanto.
Transversal a los principales géneros y épocas aunque se duela en ella la ausencia de no pocos maestros antiguos, esta antología bien podría servir de suero de amargura para acompañar con una pincelada lacrimosa cada día del año de no ser porque la liturgia de reunirlas en tan morboso cónclave no obedece a sentido práctico alguno, salvo que por tal se tenga la delectación melódica en los estados umbríos de la mismidad. No hay mejor prueba de ello que la negativa a forzar un orden en esta suerte de betilos audibles, dejando al gusto del curioso el derecho de conocer sus enclaves originales y la libertad de organizar la reproducción como mejor le decore la angustia, siempre por encima de razones accesorias y etiquetas rimbombantes.
En cuanto al criterio de la selección, la subjetividad que impera en él es tan absoluta como pueda serlo la universalidad de la materia anímica, por lo que facultado está de entrada el reproche por haber omitido obras afines a la promesa declinante, y encajada la probable indiferencia frente a los cortes incapaces de atravesar la barrera crítica de la distancia emocional, que desde luego no será impedimento para que el fideicomiso expuesto aquí y en la otra del cara del lienzo se transmita, con certidumbre de crédito cinematográfico, a cada visitante dispuesto a hacer del itinerario sugerido una parte sustancial de la banda sonora de su tristeza.
¿Qué más? Blandí sollozos con estas pistas; con cada una de ellas...
Transversal a los principales géneros y épocas aunque se duela en ella la ausencia de no pocos maestros antiguos, esta antología bien podría servir de suero de amargura para acompañar con una pincelada lacrimosa cada día del año de no ser porque la liturgia de reunirlas en tan morboso cónclave no obedece a sentido práctico alguno, salvo que por tal se tenga la delectación melódica en los estados umbríos de la mismidad. No hay mejor prueba de ello que la negativa a forzar un orden en esta suerte de betilos audibles, dejando al gusto del curioso el derecho de conocer sus enclaves originales y la libertad de organizar la reproducción como mejor le decore la angustia, siempre por encima de razones accesorias y etiquetas rimbombantes.
En cuanto al criterio de la selección, la subjetividad que impera en él es tan absoluta como pueda serlo la universalidad de la materia anímica, por lo que facultado está de entrada el reproche por haber omitido obras afines a la promesa declinante, y encajada la probable indiferencia frente a los cortes incapaces de atravesar la barrera crítica de la distancia emocional, que desde luego no será impedimento para que el fideicomiso expuesto aquí y en la otra del cara del lienzo se transmita, con certidumbre de crédito cinematográfico, a cada visitante dispuesto a hacer del itinerario sugerido una parte sustancial de la banda sonora de su tristeza.
¿Qué más? Blandí sollozos con estas pistas; con cada una de ellas...
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