Lanzamiento: 1965
Género: Blues, Chicago Blues
Artistas similares: Sonny Boy Williamson, Magic Sam, Otis Rush
Al abordar la recomendación glosada de este disco, plantéome la fiabilidad de entender una obra desde el completo desconocimiento de su autor y, en no menor medida, la pertinencia de trazar su semblanza con los restos esparcidos que el acceso a la cultura global proporciona, especialmente cuando en este caso lo sabemos deglutido por un linfoma en 1998, ausencia que nos obligaría a recomponer como un conjunto deslucido de apariencias seleccionadas entre otras la personalidad de un artista que, salvo el rigor de los datos contrastados, probablemente poco o nada tenga que ver con el hombre que en realidad fue este músico nacido en Memphis, Tennessee, y que las crónicas retratan como un talento motejado de rebelde que ya desde la más terrible infancia era solicitado por su destreza con la armónica.
El trabajo, que supone una distracción para quien no sabe llenar su tiempo y un castigo para quien no puede vaciarlo a su antojo, no parece que haya sido una fuente de disgustos para Junior Wells, quien desde su adolescencia y aupado por azares que creemos favorables, como grabar con la banda de Muddy Waters en 1952 sustituyendo a Little Walter, fue gestando una producción que sólo acusa agotamiento a partir de los años ochenta, ignoro si por el declive progresivo de las fuerzas o por la dispersión del criterio con que la edad provecta —esa barrera de los cuarenta— desbarata a menudo la inspiración. Pese a tan prometedores inicios, para su debut como líder hubo de esperar hasta 1965 con el Hoodoo Man Blues que aquí os presento, un adictivo álbum de blues eléctrico y espasmódico, resuelto con una madurez muy natural —y de coherencia nada gafe, por cierto—, que incorporó a su tripulación los mágicos dedos del guitarrista Buddy Guy, en los graves a Jack Myers y a Billy Warren a la percusión.
Acaecida en 1948, he leído en algún sitio una anécdota que vale la demora reproducir por lo reveladora de las posibilidades que se le ofrecen a un carácter cuando la autoridad que lo intercepta no se cierra como un cepo sobre sus expresiones genuinas. Junior quería comprar una armónica cuyo importe estaba fijado en dos dólares, para lo que hubo de trabajar duramente sin que le pagaran más de dolar y medio. Decidido a apoderarse del instrumento a toda costa, fue a la tienda y trató de regatear con el comerciante. Ante la reticencia de éste, aprovechó un descuido para echar a correr con la blues harp cuidando el detalle de depositar sus parcos ahorros en el mostrador. Durante el juicio por robo y una vez expuestos en la sala los motivos del reo para conducirse por la impetuosa, el magistrado, con un insospechado acto de magnanimidad, le pidió que tocara una pieza, abonó al vendedor los cincuenta centavos de diferencia y sentenció satisfecho: «Decided case».
Si sois amantes de la verdad, que no es más que una forma neta de hacerse testigo de las simulaciones con el alma, y si además os halláis como en casa rodeados de negros dispuestos a mostraros las suyas, esta rodaja de doce mordiscos os proporcionará una experiencia de verídico deleite. Frente a la verdad para la que nunca se está preparado, puede uno al menos escucharse mejor las suyas gracias a la música, que ayuda de entrada a desoír las estridencias del mundo confiriéndole una textura más acorde con las propias desavenencias. Me apuesto mis mentiras a que estáis de acuerdo: mentiras sinceras de un aficionado al que le hubiera gustado ser músico —no me canso de repetirlo—, y que en el fondo debe agradecer a su hado no haberle insuflado la capacidad y el rigor necesarios a su pimpollo de vocación, pues los profesionales de este arte tienden a perder la inocencia de hacer audiciones con el corazón por el hábito de desmontarlas con la técnica, que es virtud, sin duda, mas virtud adolecida de fortalecer el objeto de su actividad encalleciendo el espíritu, lo que para mí —sé que sonará a compensación frustrada— creo que nunca sería suficiente...
We're Ready?
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