07 marzo 2013

JUNIOR WELLS' CHICAGO BLUES BAND: HOODOO MAN BLUES





  • Lanzamiento: 1965

  • Género: Blues, Chicago Blues 

  • Artistas similares: Sonny Boy Williamson, Magic Sam, Otis Rush

  • Al abordar la recomendación glosada de este disco, plantéome la fiabilidad de entender una obra desde el completo desconocimiento de su autor y, en no menor medida, la pertinencia de trazar su semblanza con los restos esparcidos que el acceso a la cultura global proporciona, especialmente cuando en este caso lo sabemos deglutido por un linfoma en 1998, ausencia que nos obligaría a recomponer como un conjunto deslucido de apariencias seleccionadas entre otras la personalidad de un artista que, salvo el rigor de los datos contrastados, probablemente poco o nada tenga que ver con el hombre que en realidad fue este músico nacido en Memphis, Tennessee, y que las crónicas retratan como un talento motejado de rebelde que ya desde la más terrible infancia era solicitado por su destreza con la armónica.

    El trabajo, que supone una distracción para quien no sabe llenar su tiempo y un castigo para quien no puede vaciarlo a su antojo, no parece que haya sido una fuente de disgustos para Junior Wells, quien desde su adolescencia y aupado por azares que creemos favorables, como grabar con la banda de Muddy Waters en 1952 sustituyendo a Little Walter, fue gestando una producción que sólo acusa agotamiento a partir de los años ochenta, ignoro si por el declive progresivo de las fuerzas o por la dispersión del criterio con que la edad provecta —esa barrera de los cuarenta— desbarata a menudo la inspiración. Pese a tan prometedores inicios, para su debut como líder hubo de esperar hasta 1965 con el Hoodoo Man Blues que aquí os presento, un adictivo álbum de blues eléctrico y espasmódico, resuelto con una madurez muy natural —y de coherencia nada gafe, por cierto—, que incorporó a su tripulación los mágicos dedos del guitarrista Buddy Guy, en los graves a Jack Myers y a Billy Warren a la percusión.

    Acaecida en 1948, he leído en algún sitio una anécdota que vale la demora reproducir por lo reveladora de las posibilidades que se le ofrecen a un carácter cuando la autoridad que lo intercepta no se cierra como un cepo sobre sus expresiones genuinas. Junior quería comprar una armónica cuyo importe estaba fijado en dos dólares, para lo que hubo de trabajar duramente sin que le pagaran más de dolar y medio. Decidido a apoderarse del instrumento a toda costa, fue a la tienda y trató de regatear con el comerciante. Ante la reticencia de éste, aprovechó un descuido para echar a correr con la blues harp cuidando el detalle de depositar sus parcos ahorros en el mostrador. Durante el juicio por robo y una vez expuestos en la sala los motivos del reo para conducirse por la impetuosa, el magistrado, con un insospechado acto de magnanimidad, le pidió que tocara una pieza, abonó al vendedor los cincuenta centavos de diferencia y sentenció satisfecho: «Decided case».

    Si sois amantes de la verdad, que no es más que una forma neta de hacerse testigo de las simulaciones con el alma, y si además os halláis como en casa rodeados de negros dispuestos a mostraros las suyas, esta rodaja de doce mordiscos os proporcionará una experiencia de verídico deleite. Frente a la verdad para la que nunca se está preparado, puede uno al menos escucharse mejor las suyas gracias a la música, que ayuda de entrada a desoír las estridencias del mundo confiriéndole una textura más acorde con las propias desavenencias. Me apuesto mis mentiras a que estáis de acuerdo: mentiras sinceras de un aficionado al que le hubiera gustado ser músico —no me canso de repetirlo—, y que en el fondo debe agradecer a su hado no haberle insuflado la capacidad y el rigor necesarios a su pimpollo de vocación, pues los profesionales de este arte tienden a perder la inocencia de hacer audiciones con el corazón por el hábito de desmontarlas con la técnica, que es virtud, sin duda, mas virtud adolecida de fortalecer el objeto de su actividad encalleciendo el espíritu, lo que para mí —sé que sonará a compensación frustrada— creo que nunca sería suficiente...

    We're Ready?

    11 febrero 2013

    MELANCOLARIO



    Repertorio compuesto por cuatrocientas cuarenta y cuatro piezas musicales cuyo común denominador es la aflicción que su escucha abriga, con o sin torneo de excusa mediante, en las honduras neurálgicas del sentimiento donde florece encantado el desencanto.

    Transversal a los principales géneros y épocas aunque se duela en ella la ausencia de no pocos maestros antiguos, esta antología bien podría servir de suero de amargura para acompañar con una pincelada lacrimosa cada día del año de no ser porque la liturgia de reunirlas en tan morboso cónclave no obedece a sentido práctico alguno, salvo que por tal se tenga la delectación melódica en los estados umbríos de la mismidad. No hay mejor prueba de ello que la negativa a forzar un orden en esta suerte de betilos audibles, dejando al gusto del curioso el derecho de conocer sus enclaves originales y la libertad de organizar la reproducción como mejor le decore la angustia, siempre por encima de razones accesorias y etiquetas rimbombantes.

    En cuanto al criterio de la selección, la subjetividad que impera en él es tan absoluta como pueda serlo la universalidad de la materia anímica, por lo que facultado está de entrada el reproche por haber omitido obras afines a la promesa declinante, y encajada la probable indiferencia frente a los cortes incapaces de atravesar la barrera crítica de la distancia emocional, que desde luego no será impedimento para que el fideicomiso expuesto aquí y en la otra del cara del lienzo se transmita, con certidumbre de crédito cinematográfico, a cada visitante dispuesto a hacer del itinerario sugerido una parte sustancial de la banda sonora de su tristeza.

    ¿Qué más? Blandí sollozos con estas pistas; con cada una de ellas...

    09 enero 2013

    HUUN-HUUR-TU: 60 HORSES IN MY HERD



    • Lanzamiento: 1993
    • Género: Étnica, Traditional Folk
    • Artistas similares: Tuva Ensemble, Shu-de
    Quisiera haber empezado mi regreso a los etéreos refiriendo la paradoja que me embarga al emboscarme en la música brotada de raíces que se clavan remotas en el tiempo: como recién llegada de otro planeta, la necesaria invención de la familiaridad se convierte en una reacción inmediata. Si este reflejo de hospitalidad es un producto impostado del azoramiento de un adultescente atrapado en la negra ola de decadencia occidental o no, lo cierto es que bajo cualquier sol soy un pesimista encantado de que lo convenzan de lo contrario, y esta obra inaugural de Huun-Huur-Tu («rayos de sol» en tuvan, el idioma hablado en la República Tuvá, Siberia) lo consigue desde el primer contacto gracias a las reverberaciones de sus fractales acústicos, en cuyos racimos de armonías y disonancias, exprimidos como fue mi caso al amor de los rescoldos de un buen día, podemos dejarnos trasoñar por una suerte de preludio de éxtasis chamánico. Subrayo que soñar que se sueña no es estar despierto todavía, mas con frecuencia la geometría anómala de ese dobladillo por encapsulamiento nos permite ir más allá en la contemplación de ese otro sueño consuetudinario que se emulsiona en las muy creíbles irrealidades de los deseos y los miedos; sin la pantalla de estas irrealidades, la realidad sería un acontecer demasiado irreal para ser no vista (que nadie ve, salvo su ceguera), sino seguida. De ahí que la música, al igual que las historias míticas y las creaciones religiosas, pertenezca al patrimonio onírico inmarcesible de los hombres caducos, aunque a diferencia de aquellas tiene la profunda virtud de actuar como lengua franca universal, clarividente en sus mejores momentos, con la que uno puede remontarse hasta regiones inexploradas, o que así se lo hacen sentir, en las que dispone de recursos fehacientes para reconciliarse con todo lo que es y, quizá más, con todo lo que no es.

    Como ocurre con el yodel tirolés, que tanto ha inspirado fuera de su comarca original a artistas de competencias tan dispares como el bluesman Howlin' Wolf y la vocalista Elizabeth Fraser de Cocteau Twins, tres de los componentes del cuarteto se valen de una técnica especial de canto capaz de generar registros de varias notas simultáneas con un timbre que fácilmente puede ser confundido con un digeridoo. Además de la voz, el instrumento nativo por excelencia, intervienen en esta grabación otros como el igil (especie de viola de dos cuerdas frotadas), el khomus (arpa de boca), el doshpuluur (similar a un láud del que existen al menos dos versiones en función de la forma de la caja de resonancia) y tambores.

    Imprescindible también, cómo no, el álbum Fly, Fly My Sadness, de 1996, que realizaron con el coro The Bulgarian Voices Angelite.